El relato contiene una compleja operación discursiva: cuenta una historia pero antes lleva a cabo una digresión en la que aborda los presupuestos tácitos de toda ficción, en la cual se elige algo para contar, una especie narrativa (en este caso el género de la literatura fantástica), un narrador y un modo de narrar.
Estos conceptos son puestos en crisis y se escribe desde esa idea de crisis; no obstante, sobre el final, el narrador vuelve a un modo tradicional de narrar.
Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada (Cuentos completos, Alfaguara, 2011, páginas 223).
El relato se inicia con una propuesta referida no a la narración sino al modo en que ésta puede ser planteada, instalando la idea de que el enunciado será forzosamente falible.
Luego de instalarlo extenderá este concepto de perplejidad hacia otros elementos: el narrador elegido y lo narrado.
El narrador fluctuará entre uno omnisciente y el personaje, y lo narrado se articulará básicamente en dos espacios: dentro y fuera de la fotografía.
Hay dos menciones a la fotografía en una suerte de efecto especular, pero un juego de espejos que distorsionan la imagen.
El narrador, al principio y al final, opera desde la muerte: es decir que narra desde un lugar de negación e imposibilidad de narrar. Parte de la atmósfera fantástica proviene de esto y de la alternancia dentro/ fuera, de la fotografía.
No obsta